En verano mi padre y yo íbamos a Valbuena de Duero, a pasar las vacaciones. Eran días de mucho jolgorio, comidas copiosas, charlas interminables… Todo muy aburrido para un niño pequeño. Los días se tornaban mágicos cuando al caer la noche mi padre me montaba en su coche y subíamos a la meseta y con el viento sobre los rostros veíamos la luna de verano. Parábamos entre los viñedos a comer un bocadillo y espantábamos las liebres que corrían entre el viñedo ya pleno de hojas. Las liebres parecían reírse de nosotros mientras comíamos y bebíamos en silencio. El silencio en la noche de la meseta.


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